Yo sé que del tiempo la mano implacable
Dolores y dichas borrar logra al fin;
Que todo se olvida, que todo es mudable,
Que sólo es constante mi amor para tí.
Tu ingrata memoria quizás ya no guarde
El vivo recuerdo, la casta visión
De aquella bendita poética tarde
En que nos juramos para siempre amor!..
Si tú lo olvidaste, deja ¡oh, cara prenda!
Que hoy te lo recuerde mi amorosa voz;
Que el fuego extinguido de tu pecho encienda
El soplo abrasado de mi fiel pasión.
Tibio era el ambiente, la luz era escasa,
La mar sosegada dormía en quietud;
Dorados, flotantes celajes de gasa
Del cielo bordaban el límpido azul.
Las palmas y sauces sus ramas mecían
Con blandos murmullos y lento compás;
Las aves marinas el vuelo tendían,
Buscando en las peñas abrigo y hogar.
Brillaba en la cumbre del monte lejano .
De vivida lumbre rojizo fulgor,
Cual beso postrero que á hundirse cercano,
Enviaba á la tierra moribundo el sol.
Y el grato silencio tan solo turbaba,
Cual queja doliente, cual fúnebre són,
El ¡ay! que Natura penosa lanzaba,
Al astro del día diciéndole: ¡adiós! . . . .
Sentado en las rocas, del mar en la orilla,
Yo estaba contigo—¿Te acuerdas, mi bien?
Tu frente esmaltaba la luz amarilla,
La ola espiraba besando tus pies.
La brisa agitaba tus negros cabellos,
Jugando en sus rizos con gozo infantil;
Callábamos ambos: tus ojos, tan bellos,
Lánguidos fijabas de ocaso al confín.
Mas vi tu mirada posarse en la mía;
Y mi alma y tu alma sentí estremecer:
De amor infinito yo en ambas leía
Poema viviente que no olvidaré!
Tu mano estrechando, rodeé tu cintura,
La frente doblaste, y en mi hombro tu sién,
Mis labios secaron la lágrima pura,
Que vi en tus pestañas temblando caer.
La playa dejamos; la sombra crecía,
La tierra cubriendo con negro capuz;
Bramaba el océano, el viento rujia;
La noche infundía terror é inquietud.
Entonces-¿te acuerdas?-pregunté yo triste:
«¿Como cambia el tiempo cambia el corazón?»
Y, con firme acento, tú me respondiste:
«¡Nó; nó tendrá ocaso el sol de mi amor!»